9.05.2010

Medicamentos que matam.

Preocupa. Alarma. Atemoriza. Sin duda, muchos alguna vez deben haber pensado éste medicamento está bien? Pasa sobre todo cuando el enfermo es un niño. No hay madre que no mire la fecha de vencimiento antes de darle un remedio a su hijo.
Qué pasará, entonces, por la cabeza del que hace negocios con medicamentos truchos? En algún momento pensará que sus acciones pueden matar a alguien?
El triple crimen de General Rodríguez actuó como detonante para comenzar a conocer una trama que espanta. La de la mafia de los medicamentos truchos. Y ya no entiéndase por mafia a aquellos sicarios que mal vestidos y armados salen a "apretar". Esta mafia está integrada por funcionarios, sindicalistas, profesionales, muchos de ellos vestidos con delantal blanco y estetoscopio colgado al cuello. De todos ellos escribe Andrés Klipphan en su libro, Remedios que matan, una investigación que cruza datos objetivos de la causa con las historias personales de cada uno de sus protagonistas.
La obra es interesante pero, como periodista, hay que hacer la salvedad de que el autor contó con la inestimable colaboración del juez de la causa, Norberto Oyarbide, que le abrió las puertas del juzgado para que esquilmara los cientos de folios del enorme expediente. Igualmente, la tarea de edición no debe haber sido fácil. Es que la cantidad de datos cruzados es abrumadora. Así, Klipphan intercala las causas conocidas como el Triple Crimen, en el que las víctimas fueron Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina; los medicamentos truchos, por la cual actualmente están presos entre otros el sindicalista Juan José Zanola -aun secretario general de la Bancaria-, su pareja y, además, el contador Néstor Lorenzo, dueño de una importante droguería; y la de la Ruta de le efedrina, con tantos otros detenidos. En todas hay un denominador común: el absoluto caos y el descontrol que prima sobre el sistema de salud argentino desde hace décadas. Además del material judicial, el periodista publica entrevistas con los principales implicados (Zanola no quiso hablar), quienes a su manera se defienden de lo que, prima facie, es indefendible. Y en el medio se entremezcla la política.
La salida de quien era ministra de Salud, Graciela Ocaña, fuertemente enfrentada con la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, tras un apriete del Gordo Hugo Moyano al ver que tocaban sus intereses personales, tiene mucho que ver con esta historia.
Klipphan hace hincapié en que muchas de las droguerías y laboratorios que fueron investigados aportaron y mucho a la campaña presidencial del binomio Fernández de Kirchner-Julio Cobos. Como dato vale recordar que Lorenzo fue condenado hace algunos años por lo que se conoció como el Milk-gate, o sea la venta de leche contaminada con escherichia coli, y sin embargo siguió ligado con funcionarios del gobierno como si nada hubiera pasado. Klipphan incluso intenta probar que todos los aportantes a la carrera presidencial entregaron cheques que habrían sido utilizados para lavar dinero (recordar el caso de la valija del venezolano Antonini Wilson). Para quien es un lector corriente de diarios, el libro le servirá para ampliar el horizonte de sus conocimientos, en un caso realmente escandaloso. El que por primera vez se enfrenta a esta información, el asombro le saldrá por los poros.
La impunidad en la Argentina es total.
El libro es muy ameno y se lee rápido. Son 342 paginas de datos cotejados. Lo malo, y suele pasar mucho, es que el lector termina con la sensación de "ya está", "todos estos van presos y nunca mas va a pasar en Argentina". Pero la avidez periodística y editorial no sabe de tiempos. La obra fue concluida a principios de agosto y la causa aun no fue elevada a juicio. Conociendo cómo se maneja la Justicia en nuestro país, mucha agua aun debe pasar bajo el puente. Y lo que para el público es cosa juzgada, en un debate oral puede cambiar de rumbo.
Eso, como están las cosas, puede ser material para una segunda parte de Remedios que matan.
INVESTIGACION
REMEDIOS QUE MATAN
ANDRÉS KLIPPHAN
(Aguilar - Buenos Aires)
© LA GACETA

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